Migración de talentos de Boyacá

personNatalia Ángel

date_rangeNoviembre 20, 2025

remove_red_eye65 Vistas

¿Por qué los jóvenes creativos de Boyacá migran? ¿Y qué implica esa fuga?

Cuando llegué a Bogotá a mis 17 años, juraba que me iba a comer el mundo. Creía que cada sueño escrito en mis cuadernos iba a arrancar apenas tocara la capital. Una adolescente sin brújula, con una educación mediocre —por falta de curiosidad y herramientas para expandirla — con la ilusión ingenua de la vida rockstar de las películas.

La ciudad me recibió sin anestesia: libertad sin guía, oportunidades que brillaban pero no siempre eran para mí, y una rutina que se fue apagando. Cada viaje eterno en TransMilenio sentía que algo se me diluía, como si cada trayecto se tragara una motivación distinta. Y un día entendí lo obvio: Bogotá está llena de jóvenes intentando exactamente lo mismo.

Según el DANE, Colombia tiene 12,8 millones de jóvenes entre 14 y 28 años, el 24,8% de la población. Si aplicamos ese porcentaje a Bogotá —una ciudad que supera los 10 millones de habitantes —, estamos hablando de 2,48 millones de jóvenes. Dos millones y medio de pelados en una sola ciudad, muchos que llegaron desde municipios, como yo: una joven de tierra fría, criada entre paisajes largos, en la despensa viva que alimenta al país… pero jurando no volver jamás a Sogamoso porque allá el tiempo estaba quieto y la única que cambiaba era yo.

Y aun con esa masa juvenil enorme, con talento y energía de sobra, la realidad es más áspera: no siempre hay espacios, ni visibilidad, ni apoyo real para sostener procesos culturales o creativos. Ahí es donde uno empieza a sentir que no es que faltó talento.

El resultado es tan obvio que casi da pena explicarlo: el talento se va porque quedarse es intentar germinar en cemento. Esa salida constante no es un accidente; es el síntoma más claro de un abandono cultural que viene desde hace décadas.

Mientras Bogotá concentra recursos, audiencias, mercados y convocatorias, los municipios de Boyacá se van vaciando de jóvenes, de fuerza creativa, de futuro.

Los datos del DANE lo dicen sin delicadeza: Cundinamarca tiene un 19.5% de migración interna, Bogotá un 16%, y Boyacá aparece con un 8.2%. No es orgullo: es alarma. Aquí entra poco y se va mucho. Los jóvenes migran hacia donde pueden existir, donde hay industria, donde hay público, donde no hay que inventarse oportunidades desde cero todos los días.

Ese vaciamiento deja cicatrices reales. Busbanzá es la prueba más brutal: en 2024 nacieron solo tres bebés en un pueblo de 1.219 habitantes, y uno de cada cinco supera los 60 años. Un territorio envejecido, con baja natalidad, perdiendo población en edad productiva. Cuando los jóvenes se van, no solo se vacían las casas: se vacía la identidad, la innovación, la posibilidad de futuro. Y las razones no son un misterio. Lo dijo Sebastián Pedraza, de la Red de Jóvenes Rurales: nuestras áreas rurales llevan décadas abandonadas —sin infraestructura, sin conectividad, sin educación de calidad y sin empleos que permitan quedarse sin sacrificar la vida. Los jóvenes hacen lo que cualquiera haría: migrar y mientras tanto ocurre otro golpe silencioso: se diluye el sentido de pertenencia. Muchos ya no ven futuro en la tierra; la tecnología y los servicios jalan más fuerte que el azadón. No porque no amen el territorio, sino porque el territorio no está preparado para sostenerlos.

Y aun así, la ironía es: talento sí hay.

Boyacá tiene más de 160 colectivos y creadores audiovisuales, tiene memoria e historias como la de la película TUNDAMA, un largometraje de animación 3D de 70 minutos basada en una historia real ocurrida en Colombia hace casi 500 años. Tenemos tradición y una potencia que cualquiera envidiaría pero afirmar que en el departamento ‘no hay espacios’ sería una mentira cómoda. Los hay. Existen colectivos, salas, procesos, festivales, gente que insiste contra toda lógica. El problema nunca ha sido la ausencia, sino la fragilidad. Lo que hay no está articulado, no está bien remunerado, no tiene continuidad, no tiene difusión, no tiene público formado. Es un ecosistema que respira, sí, pero respira con dificultad y el contexto lo obliga a migrar para ser visto, escuchado o mínimamente comprendido.

Pero esta migración no se entiende solo con porcentajes: se entiende en la piel de quienes nos fuimos.

Yo hice lo que tantos jóvenes creativos terminamos haciendo: empacar lo poco, tragarnos el miedo y salir a buscar “algo más”. Bogotá se vende como un espejito brillante: industria, oportunidades, maestros, contactos, modernidad. El combo ideal. Uno llega creyendo que al fin va a encajar en la película imaginada desde la adolescencia.

Pero la ciudad te baja del sueño rápido. Allá entendí que todos buscan un lugar. Todos quieren entrar en la misma fila interminable. Un ecosistema tan saturado que parece que no entrara un pensamiento más. Y ahí pasa algo peor que no encontrar espacio: empiezas a contarte mentiras para encajar.

Dejas de narrar lo propio y empiezas a repetir voces ajenas, paisajes ajenos, miradas ajenas. Tu raíz se apaga. Creas para gustar, no para ser. Y ahí es donde el arte se desangra: cuando deja de salir de tus sombras, de tu montaña, de tu herida original.

Con el tiempo entendí algo que nadie te enseña: en un mundo donde se producen videos al ritmo de un pestañeo, donde todo es rápido, desechable y repetido, la autenticidad vale más que cualquier vitrina. Y esa autenticidad no nace en la ciudad donde todos corren: nace cuando te atreves a volver al lugar donde nació tu voz. Ese origen que uno cree haber superado, pero que es lo único que le pertenece.

Regresar a Boyacá no fue un retroceso; fue un acto creativo, incluso un gesto de supervivencia. Volver con herramientas, con oficio y con cicatrices me hizo ver el territorio con otros ojos: aquí habitan historias que nadie más podría narrar, silencios que solo se entienden viviendo entre estas montañas, memorias que no existen en otra parte. Y jóvenes con un potencial enorme, esperando que alguien les abra una puerta que a nosotros nos tocó derribar a golpes.

Ahí entendí que compartir lo aprendido no es un favor: es una responsabilidad. Que el conocimiento debe circular, que las herramientas deben llegar a los municipios. Que lo creativo no puede depender del que pudo irse y que las oportunidades no pueden ser un privilegio sino una red.

Crear desde Boyacá no es achicarse: es volver a hablar desde la raíz. Es dejar de sostener narrativas ajenas y empezar a construir la nuestra. Es mostrar que lo que se hace aquí no es menor ni periférico ni artesanal por defecto.

Es profundo.

Es legítimo, Tiene una belleza que no necesita permiso.

Escrito por Natalia Ángel - Comunicadora social, Periodista y fotógrafa.

.



Categoria:
Noticias

OTRAS NOTICIAS

¡Colombia Cierra el 2025 con Broche de Oro y Goleada!

La Selección Despide el Año con Contundente 3-0 a Australia en Nueva York

La Selección Colombia de Mayores, dirigida por Néstor Lorenzo, cerró su calendario de partidos del 2025 con una inmejorable presentación, al vencer con un contundente 3-0 a Australia en un amistoso disputado en el Cit...

Continuar leyendo

personAlejandra Espinosa

date_rangeNoviembre 19, 2025

remove_red_eye166 Vistas

Cocinas Para La Paz llega a Tunja con un encuentro que reivindica la cocina como espacio de memoria y resistencia

El fuego del fogón volverá a encenderse para reunir voces, saberes y sabores de todo el país en el II Congreso Internacional de Cocinas Tradicionales y el IV Encuentro Nacional de Cocine​ras y Cocineros Tradicionales de Colombia, una cita que celebra el papel de la cocina como espacio de memoria,...

Continuar leyendo

personComunicado de Prensa

date_rangeNoviembre 19, 2025

remove_red_eye133 Vistas